Su padre, Domingo, es incapaz de asumir que un árbitro considere “de otro tiempo” la ayuda económica que recibía para el tratamiento de su hija, ni tampoco haber oído afirmar a alguien que se dice sindicalista que su beneficio social de todos estos años era una “prebenda”.
Laura es una chica especial. Sus padres y su hermana se sienten felices por sus avances, su capacidad de superación, su empatía hacía sus compañeros, su alegría contagiosa y su habilidad para dibujar cómic. Su hermana Ángela, en plena adolescencia, mucho más joven que Laura, ha interiorizado un papel protector y de responsabilidad hacia ella, construyendo un espacio de complicidad entre ambas que enorgullece a sus padres, aunque también les carga de angustia. Y es que, si bien es verdad que les gustaría que Ángela se haga cargo de su hermana mayor cuando ellos no estén, también consideran injusto darle ese cometido sin conocer que le depara su futuro profesional y familiar.
Las viviendas tuteladas son la solución alternativa que estudian. Pero los costes económicos y emocionales les hacen aplazar siempre la decisión. El tiempo pasa y los padres son conscientes de que en algún momento deberán de adoptar una solución definitiva.
Como cualquier otro día entre semana Laura se levanta, se asea y se pone su desayuno mientras su padre le prepara el almuerzo. Pero hoy él ha madrugado más de lo habitual, ha tenido mal dormir, va retrasado, como si el ánimo le pesara. Cuando el microbús de la Fundación ha llegado a buscarla, Laura coge su mochila como cada día para hacer frente a la jornada. Antes, le da el habitual abrazo a su padre, aunque en esta ocasión nota que su padre la aprieta con una fuerza inhabitual, como si se resistiera a dejarla ir. Finalmente, Laura le suelta un “¡papá, que me esperan!“ y, cuando él la libera, ella le obsequia con una sonrisa que obliga a Domingo a un sobreesfuerzo para mantener la entereza.
Cuando Laura se ha ido, su padre, en lugar de escuchar las noticias como siempre, sale a pasear. Necesita estar solo y pensar para entender, aunque no lo consigue. Tantos años en Endesa, esa empresa en la que él siempre actúo con un plus de responsabilidad y consideración que a veces le suponía ser objeto de mofas de los compañeros, pero que soportaba con estoicismo y orgullo al sentirse con una deuda de agradecimiento hacía la empresa, pues más allá de otros beneficios sociales, como la tarifa y ayuda de estudios, también recibía la Ayuda Especial para Laura. Aparte de un alivio económico para hacer frente a las necesidades especiales de su hija, también suponía una inyección moral para toda la familia que le hacía sentirse afortunado de trabajar en Endesa, una empresa “con alma”, como le gustaba repetir.
De vuelta a casa, Domingo es incapaz de comprender el ensañamiento con unas ayudas que, afortunadamente, afectan a muy pocos y cuyo montante económico para Endesa es insignificante. No es capaz de asumir ni que un árbitro considere “de otro tiempo” la ayuda económica que recibía para el tratamiento de su hija, ni haber oído afirmar a alguien que se dice sindicalista que su beneficio social que había estado disfrutando todos estos años era una “prebenda”.
Una vez en casa, Domingo ha tomado una determinación. Esta tarde, cuando llegue Laura, la recibirá con el mismo ánimo de siempre. Hará lo imposible porque la insensibilidad voraz de unos, y la incompetencia de otros, no borre nunca la sonrisa del rostro de su hija, pues esa sonrisa cuesta menos que la electricidad y da muchísima más luz.
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